The Case of the Pen Gone Missing El Caso de la Pluma Perdida by René Saldaña Jr

The Case of the Pen Gone Missing  El Caso de la Pluma Perdida by René Saldaña Jr

autor:René Saldaña, Jr.
La lengua: eng
Format: epub
editor: Arte Público Press
publicado: 2013-04-15T00:00:00+00:00


UNO

EL DÍA ESTABA SOLEADO Y SIN VIENTO CUANDO TOOTS Rodríguez se me acercó durante el receso. Hacía calor y yo estaba parado cerca de la trepadora en el patio del recreo, bajo la sombra de un árbol de mezquite, tomando mi Yoo-Hoo. Me tomó por sorpresa cuando dijo “Oye, Mickey”. Casi me salieron burbujas de chocolate por la nariz. Verán, Toots Rodríguez no es una de las niñas más bonitas, sino la más bonita del quinto grado. Tiene el cabello castaño, largo y ondulado, ojos verdes y una sonrisa que podría domar al tigre más feroz.

Toots Rodríguez nunca me dirige la palabra. Ni siquiera en clases. Ni siquiera cuando se supone que debemos trabajar juntos en un proyecto de grupo, como el del mes pasado, donde debíamos disectar una rana. Ella se sentó en nuestra mesa y se dedicó a escribirle notas a Bucho, su novio desde hace tiempo, mi archienemigo desde hace tiempo. Mientras tanto, mi hermano gemelo, Ricky, y yo abrimos la rana, la afirmamos con alfileres, marcamos todas las partes que pudimos identificar y dibujamos nuestros descubrimientos en papel cebolla. Ni siquiera nos dijo “Gracias, chicos” cuando nuestro “grupo” se sacó una A+ en el proyecto.

Así que hoy cuando dijo —Oye, —se fijó en mi Yoo-Hoo y suspiró, digamos que mi corazón dio un par de saltos en mi pecho.

—¿Sí? —logré decir.

Su labio inferior tembló y eso me desarmó. — ¿Qué te pasa, Toots?

—Es sólo . . . , —empezó a decir, colocando una de sus manos de dedos tan delicados como plumas sobre mi brazo. Con la otra se tapó los ojos y se puso a llorar.

Eso también me embobaba, y no estaba de humor para aguantar a alguien que siquiera pensara en hacerle daño a Toots. Ni siquiera cuando ésta fuera la primera vez que ella me hablaba desde que dormíamos siesta juntos en la guardería. Tomé su mano y le dije —Escucha, Toots, puedes decirme lo que que te está molestando. Lo que sea. Puedes contar conmigo.

— ¿De veras? —dijo. Llevaba una pulsera de oro con figuritas que tintineaban cada vez que se apartaba los rizos que caían sobre sus ojos.

Asentí con entusiasmo, pero disimulé para no parecer demasiado entusiasmado.

—Pero . . .

—Dime—dije—. Suéltalo. ¿Qué es lo que te preocupa tanto?

—De acuerdo, Mickey. Vine a hablar contigo porque creo que estoy en apuros y sé que tú eres algo así como un detective. Si no eres tú, no sé quién más me pueda ayudar.

Estaba equivocada. Yo no era “algo así como un detective”. Era todo un detective. Tenía una placa y un certificado que recibí cuando completé unos cuantos cursos en Internet hace dos años. Sin contar todos los libros que había leído. De la mayoría de ellos, había descubierto a la mitad de la historia quién era el asesino, pero seguía leyendo hasta la última página sólo para comparar cómo habíamos llegado a las conclusiones el autor y yo. Había resuelto suficientes misterios en la escuela y en el barrio, por lo que me había ganado una sólida reputación como detective, como investigador privado.



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